Revolution Daughters no es un cuadro, es una venganza.
En 1932, el artista norteamericano Grant Wood quiso poner en su sitio a la asociación Daughters of American Revolution (DAR) retratando la plenitud de su severidad y su excluyente patriotismo.
Wood tenía motivos. Cinco años antes, había trabajado con un virtuoso taller de Munich para construir las piezas de una vidriera conmemorativa que había diseñado en honor de los veteranos de guerra.
Apenas una década antes, Estados Unidos había luchado contra Alemania en la Primera Guerra Mundial. Así que al DAR, que se proclamaba el verdadero guardián del espíritu revolucionario americano, le hizo muy poca gracia ver artesanía alemana en una obra pensada para honrar a sus combatientes. El concepto crisol cultural no era santo de su devoción y sus presiones lograron que la vidriera de Wood pasase totalmente desapercibida.

Dios, hogar y patria
La divisa del DAR sigue siendo la misma que durante la Gran Depresión de los años 30: «Dios, hogar y patria».
Sólo acepta como socias a mujeres que puedan demostrar, árbol genealógico en mano, que son descendientes de los primeros colonos americanos.
Entre sus logros está su propia constitución en un contexto de asociacionismo exclusivamente masculino, las meriendas benéficas, la defensa del patrimonio histórico, los concursos de sombreros y el boicot de un concierto de Jimi Hendrix por exceso de erotismo.
La pintura que se aprecia en el fondo de este «tea party» que Wood dedicó al DAR con muy mala leche es casi tan importante como el mal rollo del primer plano. Washington cruzando el río Delaware es una icónica pintura del siglo XIX. Conmemora una escaramuza bélica que ayudó a que las trece colonias de Estados Unidos lograran su independencia de Gran Bretaña.
En 1932, se celebró el bicentenario de George Washington y el DAR descubrió horrorizado que el cuadro de su reverenciado presidente permanecía enrollado en los almacenes del Museo Metropolitano de Nueva York. Una vez más, volvieron a usar sus influencias para que se exhibiera.
Es irónico que lo hicieran sabiendo que el monumental cuadro (mide más de seis metros) fue pintado por un artista de ascendencia alemana, Emanuel Leutze, en el mismísimo Düsseldorf y con modelos alemanes.

¿Una tacita de té?
Para rematar su revancha, Wood pintó a sus patriotas con pendientes, encajes y una taza de té estilo Blue Willow, un diseño británico orientalizante de finales de siglo XVIII.
El te fue uno de los productos que Gran Bretaña gravó de forma abusiva, como hizo con otras importaciones en sus colonias americanas. Hartos de pagar a la metrópoli por el aire que respiraban, en 1773 un centenar de colonos asaltaron tres barcos atracados en el muelle de Boston y arrojaron su mercancía, 45 toneladas de té, por la borda. Se hicieron llamar los Hijos de la Libertad.
Wood se mofa de la deriva del patriotismo americano, convertido en manos del DAR en un algo aristocrático y corto de miras.
Cuando el DAR de San Francisco vio esta ensalada de burlas llamada Daughters of Revolution la indignación corrió como Usain Bolt. Dijeron que el cuadro era «un escándalo» y pidieron su retirada.
El DAR de Baltimore acusó a Wood de ser «un rojo» e intentó que le expulsaran del país. Hubo también socias del DAR que encontraron la sátira bastante divertida y la aplaudieron.
El actor Edward G. Robinson (Perdición, Cayo Largo) compró la obra pero al tiempo se vio obligado a venderla, junto a su colección de Picassos y Manets, al multimillonario naviero griego Stavros Niarchos. Hoy puede verse en el Museo de Arte de Cincinatti.