“Arrecife es lo más bonito que hay”

Todo empezó en el barrio de La Vega, un mes de abril de hace 17 años. Un espejo de pie y las paredes nudistas de una habitación con orientación sur me tiraron a la cara la bruta consistencia solar de esta latitud africana. La luz se concentró en mi cara recién aterrizada y le dio el aspecto de un queso blanco muy sudado.

Allí conocí los flamboyanos reventados en flores flamígeras, llamitas y estigmas al más puro estilo Ricardo Cavolo. Y el olor a jazmín que desprende el parque Simón Bolivar cuando se atraviesa al vuelo, corriendo hacia El Almacén para tomar una cerveza. También vi por primera vez cucarachas correteando con mucho atrevimiento por entre las alcantarillas y las hendiduras de las aceras.

En el Charco escuché por primera vez una ópera de gatos en celo. Uno terminó durmiendo en el asiento trasero de mi Seat Ibiza amarillo (“Pollito” para la familia). El Charco fue un carrusel de pleamares y bajamares. Crepes de Diana. Manisitos para acompañar Tropicales. Varaderos y pensamientos trasatlánticos.

Ahora mi casa está en una Avenida que se parte en dos. En un tramo tiene nombre de magnate noruego, Fred Olsen, un señor con aspecto de Montgomery Burns que se disputó con su hermano los derechos de herencia de una de las versiones de ‘El Grito’ de Edvard Munch. Era hijo de un multimillonario que vio en La Gomera de 1904 un paraíso para la vida y para el negocio. El otro tramo de la avenida, inaugurado por mi edificio, tiene nombre de acción colectiva: Mancomunidad.

Fred Olsen, un señor con aspecto de Montgomery Burns que se disputó con su hermano los derechos de herencia de una de las versiones de ‘El Grito’ de Edvard Munch.

Los Sapiens somos capaces de lo mejor y de lo peor. La orquesta pajarera en otoño reunida en los islotes. El muelle y el Castillo con sus caminantes, sus perros y sus oteadores de horizontes. Los baños bajo el Puente de Las Bolas. Nadar en El Reducto con la primera agüita clara de la mañana. Los chavales rimando en las escalerillas que bajan en la marea o haciendo el caballito con la bmx. El ambientito de la Sociedad Democracia Arrecife. Los regatistas del Casino. Dos chicas haciendo yoga en el único metro cuadrado del parque libre de mierda y cristal. Un señor tocando la trompeta. Dos abuelos comiéndose un helado. Una niña sentándose en una escultura de metal. Estudiar en la UNED Lanzarote mientras escuchas las gaviotas. Comerse una croquetica de espinacas en el BAR Asturias. Una señora alemana haciendo un macro de una flor que no ha visto en la vida. Las barquillas. El abrumador olor a maresía. Adoquines con flores y libros en La Madriguera. Un cortadito en La Plazuela. Olor a incienso y canciones árabes. Gambas a la plancha emanando del Bodegon los Conejeros. Una mujer tarareando el ‘Bella Ciao’ y un señor cantando el ‘Cara al Sol’ en un bar de la calle Luis Morote. La gente meando en la marea por falta de baño público o por guarros. Y los coches con el motor en marcha en doble fila, dinámicos y contaminantes. Y las fachadas de los edificios desmoronadas y el patrimonio histórico ninguneado en nombre de un progreso gestionado por Tíos Gilitos.

“El patito feo de Lanzarote”. “La Poceta”. “Un puto horror”. Tengo amigos conejeros que huyen de Arrecife como de la peste bubónica. Para ellos es sinónimo de falta de aparcamiento (nótese que la primera razón involucra un modelo de transporte obsoleto que nos tiene jodida la atmósfera) y cuando aparcan no termina de rentarles el paseo. Tienen razón en muchas cosas. Sigue habiendo suciedad. Hay calles que no han visto un balde de agua en su vida. Aceras que tienen el mismo ancho que dos playeras del número 40 juntas. Parques secos y sin sombra. Quioscos cerrados. Muros deteriorados. Vecinos desatendidos.

Diecisiete años viviendo aquí me gritan al oído que tenemos la mejor materia prima del mundo (la naturaleza de la bahía) y también las peores formas del mundo (el desarrollismo). Cuando el dinero del monocultivo turístico empezó a fluir como la sangre del primer día de regla, la ciudad se desparramó desordenadamente, algunos barrios quedaron desconectados, sin servicios, y el ayuntamiento se convirtió en la fiesta de la corrupción. Hoy seguimos pagando pleitos millonarios porque en 1968 el ayuntamiento aprobó un plan general que construía parques verdes en suelos privados por los que nunca pagó. Ahora no tenemos ni buenos parques ni suelo público.

Arrecife es un poco “puedad”, una mezcla de pueblo y ciudad.

Me quedo con lo que me dijo la dueña de Nao un sábado de mercado en la esquina de la calle Otilia Díaz y San Juan: “Arrecife es lo más bonito que hay”. Google Earth respalda su opinión, que comparto. Arrecife es roca y mar. Arrecife lleva su identidad en el nombre.

Arrecife es un poco “puedad”, una mezcla de pueblo y ciudad, y debería encarnar lo mejor de los dos conceptos, no lo peor. Qué bonito sería hacer un pacto de mínimos por el bien común de la ciudad (y no por el bien de unos pocos, que dicen actuar en nombre de muchos, como viene siendo tradición).

Pocos sitios mejores en el mundo para empezar una revolución. 💙

Publicado por M.J. Tabar

Periodista.

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