Renoir inaugura una serie de viajes a bordo de obras de arte. Una estrategia para saciar el hambre de piel y trotamundismo que nos ha quitado la pandemia.
Ahora mismo me apetece bailar la samba de Roda en una plaza concurrida. Y que se me arrebolen las mejillas de taninos. Y que una mano amiga no conviviente venga a comerse una tortilla de las que cocinamos todos los miércoles con los huevos que ponen las gallinas felices de La Sarantontona.
Como aún queda un tiempito para que esto suceda, vacuna mediante, me he sumergido en este archiconocido cuadro de Renoir: Le déjeuner des canotiers (El almuerzo de los remeros). ¿Lo conocen, verdad? Lo pintó en 1881 y fue expuesto un año más tarde en la séptima muestra de artistas independientes de París, una genialidad que discurrió al margen del salón oficial organizado por la muy obtusa y muy digna Academia de Bellas Artes.
Casi, casi se puede sentir la temperatura de la tarde, el tintineo de los vasos, el olor de la chaqueta del muchacho que se inclina abrazadoramente, los suspiros lánguidos de una sobremesa larga y bien sostenida… ¡Qué placer!
Renoir es pura luz. Si el cinematógrafo (al que le quedaban catorce años para existir) hubiese grabado la escena, no habría podido captar mejor la atmósfera de este encuentro a orillas del Sena, en la Maison Fournaise de Chateau, a unos pocos kilómetros de la capital francesa.

Pierre-Auguste Renoir nació un 25 de febrero de 1841, fue el sexto hijo de un sastre y una costurera.
De pequeño cogía trozos de carbón para hacer dibujos en las paredes. Tuvo la oportunidad de asistir a clases gratuitas de pintura y mejorar su técnica. Imagínense el drama si aquel niño no hubiese podido desarrollar su pasión. Adiós remeros, adiós a un autor impresionista excepcional.
La chica que levanta al perrito en el cuadro se casó con Renoir tiempo después. Raymond Dufayel, vecino de Amelié Poulain, hacía una reproducción anual de esta pintura en la película de Jean Pierre Jeunet: “Lo más difícil son las miradas, a veces parecen que cambian de expresión en cuanto me doy la vuelta”. Decía también que los protagonistas del cuadro comían liebres con setas y gofres con mermelada. 🙂
El cuadro original está en Washington, en la Colección Phillips.