Aquí no sobra nadie

«Migrar no puede ser una cuestión de vida o muerte». Lo dice con conocimiento de causa la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR). Hemos migrado, migramos y migraremos. El naufragio de ayer en Órzola (Lanzarote) fue una tragedia evitable. Las muertes en la frontera sur de Europa y en el Mediterráneo también lo son.

Necesitamos otra política migratoria:

  • Una red de acogida humanitaria estable en Canarias.
  • Diálogo con los países de procedencia de los migrantes.
  • Una política de derivación «clara, transparente, ágil y periódica».
  • Asistencia letrada clara para los migrantes, que llegan sin información y sin recursos.
  • Mantener a las niñas y los niños que migran con sus padres o cuidadores.
  • Ofrecer a los migrantes un sitio donde dormir, comida, información en su idioma, teléfonos para que avisen a sus familias de que han llegado con vida.
Rescate de los ocupantes de la patera que llegó a Órzola la noche del 24 de noviembre de 2020.

La población de Canarias también está sufriendo una crisis profunda. Dos de cada seis habitantes del archipiélago está en situación de pobreza o de exclusión social. Estas cifras llevan cinco años subiendo: Canarias es la única comunidad autónoma española donde ha ocurrido esto, a pesar de las buenas cifras de reservas turísticas del último lustro.

El monocultivo del turismo, la reforma laboral de 2012 y un modelo económico que tolera la desigualdad y la precariedad son las principales causas de esta otra tragedia.

¿Qué nos falta?

  • Cooperación y unión de los trabajadores en la defensa de sus derechos. Sentimiento colectivo. Empatía y diálogo.
  • Agilidad en los trámites: si el Ingreso Mínimo Vital tarda meses en aparecer en la cuenta de un solicitante deja de ser vital.
  • Una política fiscal proporcional al patrimonio que gestiona cada ciudadano. Una cuota de autónomos ajustada a la facturación de cada profesional.
  • Unos gestores de lo público eficaces, cuyas intervenciones obedezcan al interés general y no al de su partido. Sin estrategias electorales, con responsabilidad social. Sin marketing, con conocimiento. Un debate serio donde se sancionen los discursos fundamentados en la mentira. Una política que busque construir un país, en vez de destruir al adversario.
  • Una educación pública de calidad que garantice la igualdad de oportunidades. Una sanidad pública reforzada.
  • Unos servicios sociales y una atención a las personas dependientes. Planificadas y con recursos.
  • Una política de vivienda que paralice los desahucios, diseñada a medida de las necesidades de la gente y no de la rentabilidad de los inversores. Con la vivienda no se hace negocio.
  • La recuperación de la propiedad pública de servicios básicos como la luz y el agua.
  • Inversión en ciencia, investigación, energías limpias, agroecología y turismo sostenible.

Canarias será sostenible o no será. Vivimos una triple emergencia: sanitaria, climática y social. Hay miedo, angustia, rabia y tristeza. Hay fuerzas políticas que en los tremendos fallos de un sistema insostenible y en los sentimientos de la ciudadanía han visto una oportunidad para medrar, fomentando el odio y el racismo.

«Como sigan viniendo, nos vamos a tener que ir nosotros». «Ellos en hoteles y yo en la mierda». «Los de fuera reciben ayudas y yo no». Casi todos tenemos alguien en nuestro entorno que comparte estos mensajes. «Aquí no hay de todo para todos. Basta ya». No es cierto. Aquí no sobra nadie. Aquí falta un modelo económico hecho a medida de las personas (y no al revés).

La mayoría de los migrantes que llegan a Canarias no se quedan en las islas, quieren llegar a ciudades como Bilbao, Madrid o Berlín, donde tienen familia o amigos. En Canarias cada vez es más complicado tener una vida mejor. El paraíso es sólo un escenario de Instagram, sólo es posible disfrutarlo con un mínimo colchón económico. El ascensor social lleva décadas averiado. Un paraíso real vive en la soberanía alimentaria, no tiene gente durmiendo en la calle ni pidiendo comida, no respira aire contaminado.

Puede que los que hoy dicen «esto es una invasión» tengan que emigrar dentro de unos años. Puede que sean sus hijos los que deban hacerlo porque no encuentran trabajo, porque se desertifica la tierra, porque están desesperados y vida sólo hay una.

Lanzarote lleva en su memoria histórica haber sido tierra de señorío, lugar de señores y vasallos, campo de juego feudal donde se hizo y se deshizo lo que se quiso en nombre de la Corona de Castilla, del señor X, del empresario Y, de la multinacional Z. El caciquismo y las redes clientelares mutaron y se adaptaron a los nuevos tiempos. Aprendieron a seducir, se disfrazaron de bienestar y progreso, enfrentaron a la gente de ingresos medios con los pobres y a los pobres con los más pobres.

Lanzarote es también, y por encima de todo, tierra de acogida, tierra mestiza de buenísima gente. Bereberes, normandos y castellanos conquistadores. Estamos en la Macaronesia. Somos una isla atlántica donde África se funde con Europa y América. Migraron los lanzaroteños a Cuba y a Venezuela. Recibieron luego a gallegos, navarros, ecuatorianos, taiwaneses, senegaleses… La isla más oriental de Canarias, a escasos 100 km de África, acoge a personas de medio mundo. No sobra ninguna. Muchas de ellas han vuelto a emigrar por falta de oportunidades en la isla. Seguirán, seguiremos haciéndolo siempre.

En las últimas 48 horas han llegado 114 migrantes en cuatro pateras a Lanzarote y ocho han muerto ahogados en el naufragio de una de ellas. Los migrantes que fallecieron ayer en la costa de Órzola salieron de Agadir y navegaron en la oscuridad de altamar durante tres días. Su barquilla volcó a pocos metros de una costa en calma. Muchos de los que embarcan no saben nadar o no tienen fuerza para hacerlo si caen al agua. Las mujeres que llevan bebés a su cargo lo tienen todavía más difícil. Los pescadores y los vecinos del pueblo conejero al que llegaron ya entrada la noche, se lanzaron al agua para ayudar en el rescate. Esto no puede volver a suceder.

Hace once años, otra patera volcó en la costa de Guatiza, a escasos veinte metros de tierra firme, un día de mala mar. Veinticinco personas murieron, diecisiete de ellas todavía no habían cumplido la mayoría de edad. También dijimos entonces: «Esto no puede volver a pasar».

No podemos volver a decir «esto no puede volver a pasar».

Aquí no sobra nadie.

Publicado por M.J. Tabar

Periodista.

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