Salimos del puerto de Arrecife persiguiendo una nube, con ganas de que su panza se convierta en lluvia. La pillamos en Masdache y se deshace en una mollizna breve como un haiku. Las gotas aliñan los olores del campo y se nos cuelan por los poros de la piel, jareada ya de tantos lavados hidroalcohólicos.Sigue leyendo «Casa Mayor Guerra (¡ay, qué fatiga el siglo XVIII!)»